CAMBIO INSTITUCIONAL, Adrián Acosta Silva

Adrián Acosta Silva

Definición

Una de las cuestiones teóricas y preocupaciones empíricas que mayor atención ha recibido históricamente en el campo de las ciencias sociales es la relacionada con la noción de cambio. ¿Cómo cambian las sociedades, los grupos, las instituciones? ¿Cuáles son sus dimensiones, fuentes y componentes principales? ¿Existe un sentido teleológico del cambio en las sociedades o, por el contrario, el cambio es un proceso anárquico, desordenado, sin direccionalidad?

Diversos autores y corrientes de áreas como la filosofía, la ciencia política, la antropología, la economía o la sociología han propuesto diversas aproximaciones teóricas y analíticas al concepto de cambio, donde enfatizan uno o varios factores explicativos. De hecho, la definición del término depende la mayor parte de las veces del campo de referencia en el que se emplea.

La noción de cambio institucional en el campo de las ciencias sociales hace referencia a aquellos procesos de transformación que producen ciclos o periodos de cambio en las reglas y normas, rutinas y valores que las instituciones representan. A diferencia de conceptos como “cambio social'', “cambio político” o “cambio tecnológico”, que plantean una visión genérica de los procesos de transformación en distintos campos de la acción social, la expresión cambio institucional se emplea de manera restringida para estudiar la manera en que se modifican las estructuras de la acción colectiva que “cristalizan” en las instituciones. Es decir, el cambio institucional puede ser definido como un proceso de diferenciación estructural creciente, que supone no sólo la reforma o ajuste de normas, reglas y valores institucionalizados, sino también la incorporación de nuevos actores, intereses y conflictos en las distintas "esferas” o "áreas” del desempeño institucional.

Historia, teoría y crítica

Las aproximaciones contemporáneas al concepto de cambio en el campo de las ciencias sociales (especialmente en disciplinas como la economía, la sociología política y la ciencia política) nacen de preocupaciones explícitas de enfoques como el neoinstitucionalismo, las teorías de la elección racional y el análisis de políticas.

La preocupación por el cambio como efecto de procesos sociales amplios, basados en la diferenciación de funciones e instituciones, en la diversificación del tra
bajo social, o en los conflictos interclasistas, se encuentra en la base de los trabajos clásicos de autores como Durkheim, Weber, Marx o Parsons. Pero el énfasis en el estudio del cambio en estos autores está acompañado por el análisis de la estabilidad y el orden social. Es decir, el estudio y comprensión de los procesos de cambio y transformación están vinculados a una o varias nociones en torno a los procesos del orden en las sociedades capitalistas contemporáneas.

Desde este punto de vista, una poderosa comente teórica en las ciencias sociales que dominó la discusión en las décadas de los cincuenta y los sesenta formuló un paradigma cognoscitivo basado en el argumento de que el "orden” capitalista mundial se había desarrollado sobre la base de complejos procesos de modernización de las estructuras económicas, políticas y culturales, aunque dicha modernización operó con distinto ritmo y de manera asimétrica en las sociedades históricamente constituidas (Eisenstead, 1974; Polanyi, 1992; Germani, 1992). Dentro de esta corriente, el cambio era considerado como una variable dependiente de la modernización, pues ésta suponía una modificación de las pautas "tradicionales” del comportamiento sociopolítico y económico-tecnológico de las sociedades. La tensión entre lo "tradicional” y lo "moderno” fue considerada durante un largo periodo como la fuente o el motor primordial del cambio social.

Sin embargo, a fines de los años sesenta las interpretaciones sobre el concepto de cambio sufrieron un proceso de profundización paulatina. Robert Nisbet (1993), desde una perspectiva sociológica, propuso que el cambio social podía ser definido como una sucesión de diferencias en el tiempo en una identidad persistente. El cambio social es un proceso complejo y conflictivo, sujeto a múltiples contingencias, donde intervienen en diversos momentos y con distintos efectos varios factores. El entorno físico, la organización política y los factores culturales suelen ser considerados como los tres grandes conjuntos de elementos o factores que, por medio de su interrelación, ayudan a explicar los procesos de cambio en la sociedad (Giddens, 1995: 695-700).

Una causa importante de la expansión del uso del concepto en las ciencias sociales a partir de los años setenta tiene su origen en el estudio de los fenómenos asociados al cambio político. Frente a una larga y poderosa tradición estructural-funcionalista que abordaba el cambio como una necesidad cuasinatural de los sistemas y las instituciones políticas, Rustovv (1970) introdujo una perspectiva "genética” de los cambios, donde la lógica
secuencial es el eje vertebrador de las transformaciones políticas (Alcántara, 1995). Esta perspectiva abrió el campo de estudio de las transiciones políticas, que se prolonga hasta los trabajos de Huntington (1992), Linz y Stepan (1978), O'Donnell y Schmitter (1988) y, desde una perspectiva crítica, a las variantes "evolucionistas” del cambio político con Morlino (1985) y Przeworski (1995).

En el ámbito de la sociología histórica, el concepto se emplea con frecuencia para describir un espacio entre situaciones límite. Por ello, el uso del concepto está asociado a una vaga o explícita noción de "progreso”, donde los cambios económicos y socioinstitucionales son parte de una cadena de acontecimientos que representan un sentido de la historia. En este contexto, la dimensión temporal es un referente obligado. Existe un "antes”, un "transcurso” y un "después” que pueden reconstruirse analíticamente ex-post mediante un proceso de exploración del perfil y la racionalidad de los cambios, y las intencionalidades e interacciones sociales puestas en juego por actores específicos a lo largo del proceso. Este enfoque es una forma típicamente we- beriana de aproximación analítica al estudio de la acción social.1

Por otro lado, frente a las nociones teleológicas del cambio en la sociedad, existe una perpectiva donde los acontecimientos son vistos analíticamente como parte de múltiples "caracterizaciones episódicas”. Éstas consisten en la definición, con fines comparativos, de "formas de cambio institucional; episodios con secuencias de cambio que tienen un comienzo especificable, urdimbres de sucesos y resultados que hasta cierto punto son comparables prescindiendo de contextos definidos” (Giddens, 1995: 394).

Estas "caracterizaciones episódicas” permiten delinear distintos “modos” o "tipos” de cambio institucional. En el contexto de la teoría de la estructuración giddensia- na, las transiciones entre dos o más situaciones pueden ser vistas como "episodios” de un largo proceso de transformaciones, a través de los cuales se van estructurando o restructurando las instituciones. Dicha estructuración consiste en la formación de campos relaciónales de juegos de acción individual y colectiva, que se expresan en un conjunto más o menos delimitado de constreñimientos, incentivos y zonas de incertidumbre.

Por "constreñimientos” se entienden restricciones a la acción colectiva, que generalmente aparecen bajo la forma de sanciones institucionales materiales o simbólicas. Más específicamente, se consideran constreñimientos estructurales, que consisten en "la puesta de límites al espectro de opciones de que dispone un actor o pluralidad de actores en una circunstancia dada o en un tipo de circunstancia” (Giddens, 1995: 207).

Los incentivos son motivaciones de diferente tipo (económicas, sociales, culturales o políticas) que modelan el curso de la acción colectiva en una institución o en un conjunto de instituciones. En el contexto del análisis de los periodos de cambio institucional, dichas motivaciones muchas veces aparecen bajo la forma de "incentivos selectivos”; es decir, "tipos de incentivos a los que se puede recurrir para movilizar a un grupo latente, con el objeto de lograr comportamientos cooperativos en una organización o institución” (Olson, 1992: 71).

Pero en una organización, o "sistema de acción concreto”, existen interacciones entre grupos e individuos cuyos constreñimientos e incentivos conforman campos estructurados y no estructurados de la acción de la organización. Los primeros consisten en un conjunto de "reglas de juego” que acotan los campos de conflicto y de acuerdo entre los individuos. Los segundos constituyen "zonas de incertidumbre” que posibilitan la negociación continua de los intereses de los miembros de la organización o del sistema. En esa tensión permanente entre la parte "estructurada” y la parte "no estructurada” de la acción colectiva radica en buena medida no sólo el dinamismo de las instituciones, sino también la comprensión del cambiante perfil de las interacciones entre los actores de la organización o sistema (Cro- zier y Friedberg, 1990).

La articulación del conjunto de constreñimientos, incentivos e incertidumbres que forman a las instituciones no es estática. De hecho, es la continua interacción entre estos elementos lo que explica la capacidad de las instituciones para modificar sus relaciones y adaptarse a nuevas exigencias endógenas o exógenas. Desde esta perspectiva, el cambio institucional constituye un fenómeno primordial en el análisis de las transiciones, el cual no puede ser visto como parte de una "evolución”, sino como un episodio de transformación de un sistema concreto (Crozier y Friedberg, 1990).

Una transición siempre implica cambios, pero éstos no necesariamente indican un sentido "evolutivo” o "progresivo” de las instituciones. En sociedades crecientemente diferenciadas y complejas, los cambios tienden a expresar formas o intentos de reducción de esa complejidad social, acotando las zonas de incertidumbre, controlando las situaciones de contingencia y regulando las acciones de los individuos, los grupos y las organizaciones (Luhmann, 1992). En este sentido, las instituciones tienden, con el transcurrir del tiempo, a "modificar su estructura organizacional de acuerdo con una lógica de diferenciación creciente" (Zolo, 1994: 19).

El poder de las organizaciones descansa en esta capacidad de diferenciación, de regular contingencias e introducir nuevas reglas para su comportamiento y conducción. La construcción de las organizaciones implica múltiples combinaciones de poder que, a su vez, sólo pueden ser restringidas por medio de la propia organización. El "poder organizacional”, como le llama Luhmann (1995), a diferencia del poder personal, opera como un mecanismo que separa áreas de conflicto y contingencia a través de un incesante ajuste de las reglas de pertenencia y normas de comportamiento, pero también mediante la distribución de los poderes dentro de la organización ("poderes compensatorios”, en la terminología de Luhmann).

La especificidad del cambio en las instituciones

Las instituciones son, en palabras de Scott (1995: 33): "un conjunto de estructuras y actividades cognitivas, normativas y regulativas que proporcionan estabilidad y significado al comportamiento social. Las instituciones son el transporte de variados recipientes (culturas, estructuras y rutinas), que operan en múltiples niveles de jurisdicción'-'.

Desde este punto de vista, existen tres “pilares” o “sistemas” sobre los que descansa el funcionamiento de las instituciones: el sistema "regulativo” (representado por el Estado), el "normativo” (obligaciones y valores) y el "cognitivo" (creencias, estructuras de significado).

Para Douglass North (1994: 227-228), las instituciones son un "conjunto de reglas, procedimientos de aceptación y cumplimiento de las mismas, y normas éticas y morales de comportamiento para restringir el comportamiento de los individuos con el objetivo de maximi- zar la riqueza o la utilidad de los gobernantes y sujetos principales de una sociedad”.

Desde su punto de vista, las instituciones reducen la incertidumbre por el hecho de que proporcionan una "estructura” a la vida diaria, lo que se traduce, en el lenguaje de los economistas, en la definición y limitación del conjunto de elecciones de los individuos (North, 1993: 14).

Para autores como March y Olsen (1989), el cambio institucional es un proceso de "adaptación incremental” a problemas cambiantes con soluciones disponibles, que ocurren en el marco de una evolución gradual de las estructuras de significado. Las instituciones se desarrollan fundamentalmente sin planificación y de acuerdo con una serie de ajustes menores que resultan de la acción (o adaptación) de los individuos a su ambiente. Así, el cambio es principalmente incremental en el sentido de que las instituciones, al moldear las preferencias de los actores, definen la perspectiva que ellos tienen sobre su propio cambio. El cambio institucional, entonces, es el resultado de las interacciones entre individuos, instituciones y medio ambiente. La tensión permanente entre la estabilidad de las instituciones y las nuevas demandas y exigencias del ambiente impulsa un proceso dinámico de "adaptación incremental”, conflictivo y complejo, de las instituciones a su entorno.

Reconstruir la "arquitectura” de los cambios institucionales implica analizar las interacciones entre un número considerable de factores que intervienen en el impulso de dichos cambios. Uno de esos factores, la intencionalidad, o la "voluntad política” de cambiar, se considera frecuentemente como el factor principal que explica los procesos de cambio o reforma en las instituciones. Sin embargo, entender la transformación de las instituciones requiere reconocer que las intenciones son por lo general múltiples, no necesariamente consistentes, que a menudo son ambiguas, y que esas intencionalidades forman parte de un sistema de valores, metas, actitudes, que se "enraízan” o "incrustan)' (embeds) con otras intenciones de una estructura diferente de creencias y aspiraciones, y que "estas estructuras de valores e intenciones es formada, interpretada y creada
durante el curso del cambio en la institución” (North, 1993: 65-66).

Desde este punto de vista, el cambio institucional es una lenta evolución de las tradiciones y valores institucionales que nadie puede predecir ni controlar completamente (Powell y DiMaggio, 1991). Ello significa que el ritmo y la direccionalidad del cambio en una institución o en un conjunto de instituciones dependen del perfil de las relaciones y "pactos” vigentes (formales e informales) que regulan las interacciones legitimadas por los arreglos institucionales construidos.

Según Margaret Levi, el cambio institucional puede definirse como el "giro en las reglas y los procedimientos por medio de los cuales los diferentes comportamientos [sociales] son constreñidos o incentivados”. Dada la caracterización de las instituciones formales como "reglas socialmente construidas que reflejan una particular distribución de recursos de poder”, se desprende que las instituciones cambian a medida que la distribución de esos recursos se modifica: "El cambio es más probable cuando existe un incremento en la efectividad de los individuos que buscan el cambio y una disminución en el poder de 'bloqueo' de los individuos cuyos intereses son protegidos por los arreglos institucionales vigentes” (Levi, 1992: 407).

En esta perspectiva, la obediencia o el consentimiento es un recurso estratégico de poder en las instituciones, que otorga legitimidad o no al ejercicio del poder institucional que está en manos de los individuos que "juegan” bajo arreglos institucionales dados. Es por ello que la obediencia es considerada como una importante "arma del débil” (weapon of the weak) y una fuente relevante del cambio institucional.

Líneas de investigación y debate contemporáneo

El estudio del cambio institucional en distintos campos de la acción social permite analizar la magnitud, profundidad y alcance de las transformaciones de las sociedades contemporáneas. Ya sea en la esfera de las instituciones políticas o en el campo de la política pública, de las estructuras económicas o de las instituciones de la cultura, el énfasis en el cambio de las "reglas del juego" y en los subconjuntos de restricciones e incentivos a la acción colectiva que las instituciones representan ha abierto un vasto campo de estudios a las ciencias sociales, en especial a la sociología y a la política comparada.

A fines de los noventa, el papel de las instituciones en el ordenamiento y el cambio de la sociedad es un área de estudio "redescubierta” en las ciencias sociales. Además de ser fuentes de estabilidad y conflicto, de coerción y poder, las instituciones son los marcos de la acción colectiva, sobre los cuales se estructuran los procesos de cambio en la sociedad. Los poderes y capacidades del Estado y la red de interacciones que se desarrollan a través de instituciones políticas (electorales, parlamentarias), económicas (laborales) o sociales (bienestar social, educación) constituyen espacios del cambio institucional que se desarrolla en medio del conflicto y la incertidumbre de periodos más o menos largos de transición entre un cierto perfil de arreglos institucionales que se agota y otro que emerge. Las investigaciones que hacen énfasis en los procesos de cambio institucional
constituyen una parte importante de los esfuerzos contemporáneos por comprender la lógica que gobierna el cambio y la estabilidad en varios campos de la acción política y social.

1 Para Weber, la comprensión sociológica e histórica de la acción social es resultado de la observación de las relaciones entre fines y medios a través del tiempo. Ello incluye los "efectos no deseados" de la acción; es decir, resultados relativamente inesperados de las interacciones sociales, que van más allá de las intenciones de los actores involucrados. Sin embargo, para Weber, la acción de los grupos debe ser analizada como un curso de acontecimientos que se desarrollan en un tiempo determinado, acción que sólo puede ser reconstruida racionalmente atribuyendo a los individuos y a los grupos fines que orientan su actuación y medios con los que alcanzan dichos fines. "La interpretación racional con relación a fines (Zweckrationales) es la que posee el máximo grado de evidencia. Por comportamiento racional con relación a fines ha de entenderse aquel que se orienta exclusivamente a medios representados [...] como adecuados para fines aprehendidos de manera [...] unívoca" (Weber, 1990: 176).

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