CAUDILLISMO, Carlos Martínez Assad

Carlos Martínez Assad

Definición

El caudillismo presenta varias acepciones. Puede definir un periodo histórico o la política de los hombres fuertes. En todo caso, se trata de una forma de poder que se ejerce por la vía del liderazgo y sirve al control político, suscitando en ocasiones el consenso con prácticas que anteceden a la creación de instituciones. El caudillo es la cabeza de ese sistema, lo que logra a través de sus cualidades carismáticas y de su capacidad para realizar alianzas fundamentadas en las lealtades personales, que le permiten establecer una amplia clientela. Se le asocia también al atributo para la conducción de fuerzas armadas y se le relaciona principalmente, aunque no en forma exclusiva, con regímenes políticos latinoamericanos.

La palabra caudillo procede del latín capitellum, derivado de capul o cabeza. En la Roma imperial se designó así a quienes tenían capacidad de mando sobre el ejército. Sin embargo, traducciones del Antiguo Testamento ya emplean el término, como cuando se designa a "el caudillo Holofemes” en el Libro de Judith; éste también tenía mando sobre sus tropas y soldados, quienes, como buenos seguidores, lamentarán su muerte.

Historia, teoría y crítica

El concepto se relaciona con el periodo previo al surgimiento de los Estados nacionales en América Latina, después de la independencia de España. En efecto, a la crisis económica y los desajustes sociales que se produjeron en las colonias, siguieron años en los cuales la única vía para mantener las endebles estructuras nacionales fue la formación de caudillos que lograron orientar de manera personal a un país, previamente a la formación del Estado.

Sus antecedentes históricos pueden ir aún más lejos; en la Roma imperial se designaba caudillo al jefe de tropas, cuya lealtad la ganaba gracias a sus cualidades carismáticas y a la capacidad de negociación de mejores condiciones para los soldados.

Aunque indistintamente se habla de caudillos para referirse a un régimen derechista y represor, como el franquismo en España o supuestamente socialista como la Yugoslavia de Tito, es en América Latina donde el concepto se aplica con mayor precisión, y es importante para entender la construcción del Estado moderno.

Al finalizar las guerras de independencia en los países latinoamericanos, la situación que se presenta es de gran complejidad; esto se debió en parte a que la política colonial había cambiado su eje de control cuando, a la caída de los Austria, se sucedieron las reformas borbónicas que impactaron la estructuración colonial desde las últimas décadas del siglo xviii.

La crisis de producción y comercial, que se expresó sobre todo en la lucha por los espacios entre Inglaterra y los Países Bajos, generó desajustes tales que el vacío de poder sólo podía ser cubierto por los caudillos para conducir al pueblo. Los fundamentos de la legitimidad tuvieron que ser sustituidos por lazos de honor que se apoyaron, primero, en la ética católica y, después, en la que surgió en el liberalismo.

Los caudillos se asocian también con las dictaduras. En México fue Antonio López de Santa Anna quien tuvo la habilidad para desarrollar un incipiente nacionalismo y, no obstante, se le reprocha su entreguismo al momento de la guerra con los Estados Unidos (1846-1848). Aun así, se esforzó por crear un orden para restaurar la paz.

En otros países, como Argentina, donde la dictadura de Juan Manuel Rosas es ejemplo reiterado, y Perú, la reactivación organizativa después del desplome colonial se relacionó con la rápida expansión de sus mercados y con la formación de oligarquías que, con Rosas en el primer país y con Portales en el segundo, consiguieron procesos de unificación antes que otras naciones latinoamericanas. En Argentina, el caudillismo, bien retratado en la novela Facundo, de Sarmiento, se asoció con los grandes terratenientes, proceso que resulta singular porque en México no se vinculó de manera exclusiva una clase social.

No obstante, el poder económico y la influencia política definieron la suerte de grandes territorios; por ejemplo, a Juan Álvarez se le asocia con la creación del estado de Guerrero, y a Manuel Lozada con la de Naya- rit; en el primero como recompensa y en el segundo como castigo.

Con el establecimiento del Estado liberal, ya avanzada la segunda mitad del siglo xdc, los caudillos fueron confinados a ciertas tareas al servicio del presidente, que fundamentó su autoridad por la vía legítima a través del voto indirecto, con la lealtad jurídica de un ejército y generalmente con el apoyo del Congreso.

El caudillismo en México

Los presidentes Benito Juárez y Porfirio Díaz, en México, ejemplifican ese tránsito porque el segundo, en su carácter de caudillo, fue una pieza de sostén importante para la construcción del ordenamiento administrativo del primero. Díaz representa, en cierta forma, al caudillo decimonónico que contribuye a crear las bases institucionales de un régimen.

Para finales del siglo xix, los caudillos se desplazan a sus territorios de influencia naturales, dando vida a caudillismos regionales que en realidad venían conformándose desde la crisis del orden colonial. Su presencia es fundamental para entender la Revolución mexicana de 1910. Hasta cierto punto, el movimiento revolucionario, consecuencia de la crisis del régimen porfirista, permitió el resurgimiento de los caudillos nacionales, amén de los que solamente alcanzaron un arraigo e influencia regional.

El periodo inicial de la Revolución se caracterizó por la presencia de caudillos que dieron sentido a las demandas revolucionarias cuando menos en dos planos: las de los grupos que pretendían un relevo en la élite política y las de los sectores populares que luchaban por la restitución de sus tierras (pueblos despojados desde la reforma liberal) y por la dotación agraria.

Entre los primeros puede destacarse a Alvaro Obregón, y entre los segundos, los más paradigmáticos son Emiliano Zapata y Francisco Villa. El primero cumplió con creces con las características de un caudillo: logró ejercer un verdadero liderazgo, fue un maestro en cuanto a la construcción de lealtades personales y su liderazgo fue ampliamente aceptado en parte debido a sus cualidades carismáticas. Ejerció el poder a través del consenso con sus allegados y con autoritarismo cuando se trató de los enemigos.

Obregón logró articular a numerosos caudillos regionales, entre los que destacaron Tomás Garrido Canabal en Tabasco, Saturnino Cedillo en San Luis Potosí, Emilio Portes Gil en Tamaulipas, para citar apenas algunos. Mientras se restablecía el régimen constitucional, interrumpido con el estallido revolucionario cuando Francisco I. Madero logró convencer a los rancheros norteños de su empresa, Obregón avanzaba alineando tras de sí a las fuerzas políticas que se articularían en el nuevo Estado.

En 1920, de la alianza entre grupos representativos con fuerte influencia sobre el ejército —particularmente la unión de Plutarco Elias Calles y Adolfo de la Huerta— nace el Plan de Agua Prieta, que figurará como el parteaguas entre el viejo ordenamiento gubernamental y el nuevo más radical, con fundamento en el liberalismo.

Obregón logró articular a las fuerzas políticas y su caudillismo fue ampliamente aceptado; los que no estuvieron de acuerdo con él simplemente fueron desplazados. Un hecho importante en ese sentido fue la rebelión de una fracción descontenta del ejército encabezada por De la Huerta. La rebelión delahuertista fue la que logró reunir el mayor número de componentes del ejército de línea contra el nuevo régimen que apenas se estructuraba. Fuertes contingentes de obreros y campesinos, de donde procedían las bases sociales de la Revolución, le siguieron. No obstante, el caudillismo de Obregón se impuso, y un numeroso grupo de caudillos y caciques regionales le fue fiel, derrotando a la rebelión.

La realización plena de Obregón como caudillo se dio después de ese movimiento que le permitió reafirmar su posición de autoridad y el reconocimiento nacional. La tarea de crear un Estado fundamentado en canales legítimos avanzó a grandes pasos, de tal forma que para 1924, al término de cuatro años de gobierno constitucional, garantizó su sucesión en uno de sus más conspicuos seguidores y amigos: Calles.

La presidencia de Calles será fundamental para decidir la suerte del caudillismo; durante su gobierno, el nuevo Estado logra una instancia reguladora de la economía con la creación del Banco de México, formaliza las relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados Unidos e institucionaliza la política al establecer las bases de un partido único, el Partido Nacional Revolucionario, coincidente con el asesinato de Obregón. Es entonces cuando oficialmente se declara terminada la época de los caudillos.

El caudillo y su constelación

Es difícil en México referirse al caudillismo sin hacer referencia al caciquismo, su complemento. En la práctica, el sistema caudillista ejerció una influencia solar, al complementarse como sistema con una órbita de caciques (a veces designados como caudillos locales). Se ha discutido sobre la influencia que tendría un carácter nacional en el caso de los caudillos y el de los caciques reducido a alguna región o incluso espacios más pequeños. En realidad los alcances territoriales sólo definen parcialmente a los hombres fuertes porque hubo quienes actuaron como caudillos sostenidos por una clientela local, como el general Saturnino Cedillo en San Luis Potosí. Fue caudillo por su carisma entre los campesinos de esa región, pero actuó también como cacique por los lazos familiares y de compadrazgo que le permitieron tener un control político, social y económico.

En todo caso, lo importante del sistema caudillista fue establecer un mínimo concierto entre el centro político del país y las regiones, a veces muy alejadas o aisladas por las condiciones orográficas que dificultaban las comunicaciones. Tabasco desarrolló un sistema caciquil casi perfecto que ilustra ese sistema solar encabezado por el caudillo; Obregón decidió apoyar y apoyarse en la influencia de Tomás Garrido Canabal en un cacicazgo efectivo ejercido por más de 15 años. Ese estado fue comunicado por carretera hasta finales de los años cincuenta.

Previamente, los jefes políticos, establecidos por la Constitución de Cádiz en 1812, habían servido como enlace entre el centro y las regiones; sin embargo, éstos se fueron desvirtuando durante el siglo xix hasta que los canceló la Constitución de 1917. En esas figuras había encontrado Porfirio Díaz apoyos significativos aun en las regiones más apartadas. Como informantes desplegaron un conocimiento profundo del acontecer político y de los grupos a lo largo y ancho del territorio nacional.

La relación de los jefes políticos con Díaz les permitió apoyarse en un sistema de influencias y desarrollar fuertes cacicazgos regionales. Contribuyeron a la articulación del régimen a través de una compleja red de espionaje político, que permitió a Díaz mantener un poder férreo sobre los gobernadores, conociendo a sus amigos y enemigos durante los años de la dictadura. Incluso varios jefes políticos fueron recompensados con concesiones en las compañías deslindadoras y en la construcción de las vías férreas, así como con exenciones fiscales en la industria y el comercio.

Esos jefes políticos fueron un pivote importante en la Revolución debido a los agravios que habían dejado en la población y, no obstante ser figuras tan cuestionadas, encontrarían una forma de reproducción en el sistema caciquil desarrollado paralelamente a la estrategia de un partido único de corte estatista.

Si el Partido Nacional Revolucionario se propuso encauzar la influencia y orientar las diversas opiniones de los caciques que, por otra parte, encabezaban sendos partidos regionales, y el Partido de la Revolución Mexicana asumió una forma corporativa e integró a los militares, con el Partido Revolucionario Institucional (pri) se rearticularon las clientelas políticas. Su estrategia de control logró apoyarse en la estructuración de un sistema de caciques funcionales al régimen surgido de la Revolución, que reincorporaba elementos que habían caracterizado al porfiriato.

Los nuevos caciques, que podríamos llamar posrevolucionarios, garantizaron las clientelas necesarias para mantener la influencia definitiva del pri por todo el país.
Este partido impuso sistemas de control y de recompensas que venían tanto del porfiriato como del lejano pasado colonial.

Lo viejo y lo nuevo, el sistema institucionalizado y formas de control premodemas, coincidieron en el proyecto de país que se articuló después de los años cuarenta. El caudillismo había quedado atrás, pero la esencia de su estructura se mezclaba en el sistema político mexicano moderno. La centralización política dio tanto poder al presidente como en otro tiempo las fuerzas que los caudillos desplegaban por todo el país.

Las etapas del caudillismo en México

Primera: 1810-1876. De la desaparición del régimen colonial al surgimiento del Estado liberal. Entre la independencia respecto de España y las dificultades de crear una nación.

Segunda: 1876-1910. De la crisis del liberalismo al porfiriato, que alentó a las fuerzas constreñidas a las regiones a cooperar con las tareas estatales.

Tercera: 1910-1920. De los caudillos que lograron reunir tras de sí a fuertes contingentes populares, principalmente de campesinos, para poner fin a la dictadura hasta el caudillismo revolucionario que encauzó las tareas del nuevo Estado.

Cuarta: 1920-1940. De la creación de los lincamientos institucionales hasta la crisis y fin del caudillismo.

Quinta: 1940-1970. De la sustitución del caudillismo por la constelación de caciques funcionales al gobierno de origen priísta.

Líneas de investigación y debate contemporáneo

Existe una extensa bibliografía sobre caudillos y caciques, que se ha ampliado de manera notable en los últimos años. Si bien ahora se tiene un conocimiento más claro y profundo de la historia de México, se trata sobre todo de estudios que se constriñen a una sola región o a un solo personaje. Aunque a través de las publicaciones más recientes se reafirman y se realizan nuevos descubrimientos sobre los fundamentos del sistema político mexicano, su teorización ha sido menos frecuente.

Un estudio exhaustivo del caudillismo tendría que involucrar necesariamente otros conceptos, que se tratan muy brevemente en este trabajo, como los de caciques, líderes, jefes políticos, clientelas, bases de apoyo, caris- ma, padrinazgo y compadrazgo.

Entre los libros que ofrecen visiones de conjunto se pueden leer los siguientes:

David Brading (ed.) (1980), Caudillo and Peasant in the Mexican Revolution, Cambridge University Press, Londres. Se trata del primer intento por mostrar de conjunto a personajes que son observados con la lente de lo que se ha llamado el revisionismo histórico aplicado a la historia reciente de México.

Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, publicada inicialmente en 1928. Aun tratándose de una novela, permite conocer el funcionamiento del caudillismo en México. Vale la pena consultar la versión periodística facsimilar, que editó la Universidad Nacional Autónoma de México en 1987.

Tulio Halperin Donghi (1972), Historia contemporánea de América Latina, Alianza, Madrid. Visión de conjunto sobre lo acontecido en América Latina, con énfasis en el cono sur, después de la independencia de las colonias de España.

Carlos Martínez Assad (coord.) (1987), Estadistas, caciques y caudillos, Instituto de Investigaciones Sociales, unam, México. Reunión de las biografías políticas de los hombres del poder en el plano nacional o en alguna región del país: su acción durante y después de los avatares de la Revolución mexicana.