Laura Baca
Olamendi
Definición
Una característica de las sociedades antiguas
es que cada cultura permanecía por lo general cerrada, y se consideraba un
signo de prudencia el aislamiento relativo frente a los demás. De esta manera,
se establecían límites precisos en relación con las identidades que compartían
los individuos que vivían en la comunidad. Se formó así históricamente el “nosotros”
como un concepto que daba cuenta de la identidad comunitaria. En efecto, los
individuos mantenían relaciones principalmente con los miembros de su propia
comunidad, ya que en la mayoría de los casos las grandes extensiones
geográficas sólo esporádicamente planteaban el problema de la relación con
otras comunidades. En este sentido, podemos decir que en los pueblos primitivos
no existía la noción de humanidad como la entendemos hoy, pues cada grupo se
mantenía aislado de los demás. Al paso de los años los griegos (y más tarde los
romanos) se otorgaron a sí mismos la libertad y la ciudadanía, dando vida a la
polis como único espacio representativo y como única comunidad política
legítima. La idea de “nosotros” identifica a los ciudadanos; en contrapartida,
aparece con frecuencia la idea de que los “otros” eran los “bárbaros”; es
decir, seres extraños e inferiores y, por lo tanto, potencialmente peligrosos.
Estas
consideraciones constituyen la base de justificación de la esclavitud por parte
de diversos filósofos de la Antigüedad. Por su parte, en la época romana se
desarrolló una cultura de carácter unidimensional y he- gemónico, que velaba
por la supremacía de los romanos en relación con otras culturas. Son conocidos
los viajes de conquista al continente asiático y el modo como llevaban su
cultura detrás de la guerra. Durante los primeros siglos de la era cristiana se
habría de ampliar la visión de la cultura reconociendo el derecho a la
existencia de las distintas comunidades humanas y religiosas. Por ejemplo, en
la Europa de los siglos x y xi existía ya una buena idea de los principados
continentales y de las culturas que rodean al Mediterráneo. Algunos siglos
después se habría de presenciar la crisis de la escolástica y con ella del
feudalismo, así como el inicio de los primeros embriones de los Estados
soberanos. Serán los grandes descubrimientos geográficos del siglo xiv los que
fortalecerán la idea de culturas diversas. A partir del siglo xv y hasta el
siglo xvn los'europeos se encontrarán con muchas novedades de tipo político y
cultural, lo que habría de implicar el despertar a un mundo rico de otras
realidades geográficas y científicas. Nace la “duda” sobre el cosmos
establecido, y se propaga el relativismo tanto en las ciencias como en la
filosofía. El continente europeo es el que originalmente establece relaciones
de mayor intensidad entre culturas diferentes, relaciones que en algunas
ocasiones se presentan bajo la forma de diálogo y en otras bajo la forma de
confrontación.
La búsqueda de un
puente entre las distintas expresiones culturales habrá de provocar, por un
lado, el desarrollo de la pluralidad social y cultural típica dé los Estados
renacentistas y, por el otro, la idea de la unidad, una de cuyas
representaciones más elevadas será el Estado nacional proclamado por la
Revolución francesa. De este modo, las ideas de nación y de
nacionalismo que florecieron durante los siglos xviii
y xix, y que se habrían de desarrollar ulteriormente con el tiempo, permitieron
que cada pueblo pudiera expresarse no sólo en la esfera política sino también
en otros ámbitos, como el de la cultura, dando vida a las ideas de comunidad
cultural.
Este proceso, que
fue paralelo a la formación del Estado nacional, llevó a la creación de
“culturas nacionales” a lo largo de los siglos xix y xx. De este modo, una vez
que los Estados se presentan fuertemente estructurados en su cultura y en sus
instituciones, aparecen mejor dotados en términos de "identidad” para
mantener un contacto constante con otras culturas. Cada sociedad tiene una
precisa necesidad de definirse en relación con el otro, con quien es
considerado diferente. La creciente complejidad social y política hace
necesaria la afirmación de una identidad cultural propia, que se llena de
contenido a través de los símbolos y los ritos con los cuales se identifican
los miembros de una sociedad. En esta forma, la identidad colectiva transita de
un sentimiento de pertenencia étnica, vigoroso pero indeterminado, a un
sentimiento nacional constante y estructurado que afirma sus propias
características en relación con el otro. Es ésta una explicación que
encontramos en las causas originarias de la primera y la segunda guerras
mundiales. En efecto, estos fenómenos fuertemente identitarios tuvieron una
manifestación extrema a lo largo del siglo xx en el surgimiento de los
fanatismos políticos y la exaltación de una “cultura superior” que ha buscado
marginar o, en el peor de los casos, suprimir aquellas otras culturas
consideradas inferiores. La identidad cultural de estos grupos es tan homogénea
como herméticamente cerrada es la sociedad de referencia.
El nazismo y el
fascismo son casos que ejemplifican la lucha por la prevalencia de una cultura
dominante que intenta subordinar a las culturas minoritarias. Al final del
siglo xx somos testigos de una ruptura paulatina de las limitaciones que
anteriormente existían en la relación entre culturas. La globalización no sólo
ha favorecido una comunicación inmediata, sino que también ha anulado las
distancias y eliminado las separaciones artificiales. Se ha hecho más pequeño
nuestro planeta. A través de los medios de comunicación, pero especialmente de
la televisión, las imágenes de otras culturas provocan en nosotros ideas,
juicios, sentimientos y emociones muy distintas entre sí.
En la época
contemporánea, la tecnología ha jugado un papel relevante en el derrumbe de las
viejas fronteras y, en cierto sentido, en el "eclipse de las
ideologías". Esto ha provocado un proceso de homogenización, representado
por un número creciente de individuos de todos los continentes y culturas que,
más allá de sus diferencias, costumbres y tradiciones, se aproximan en mayor
grado a una similitud de actitudes y modos de vida. Cuando se dice que el mundo
es cada vez más pequeño, se hace referencia a sus límites no sólo físicos, sino
también en cuanto a las mentalidades de los individuos, quienes en muchos
aspectos comienzan a percibir el mundo de modo cada vez más similar. Observamos una estrecha
interdependencia global de la vida en nuestro planeta, encontrándonos ante un
inundo casi único, influido por la masificación de la sociedad, en donde sólo
cuentan con peso específico las élites políticas y culturales que son a su vez
una comunidad dentro de la comunidad. En relación con esto, se han dirigido
muchas críticas a las élites culturales de corte tradicional en los países
occidentales, las cuales "pretenden ignorar, con su prosperidad creciente,
todas aquellas expresiones culturales que existen más allá de sus fronteras”.
La comunicación
instantánea que caracteriza la actual condición mundial tiene que ver no sólo
con la tecnología de los medios de comunicación, sino también, y
principalmente, con la capacidad de cada cultura para expresar su propia
identidad y sus particularidades. Hablar de cultura significa hoy, en síntesis,
referirse a diversas formas de pensamiento acerca de la moralidad, la religión
y la política; dicho de otra manera, significa referirse a las tradiciones de
convivencia y a las diferentes modalidades con que los individuos resuelven sus
conflictos. Es posible identificar, sin embargo, una contradicción entre
globalización y particularismos. Estos últimos representan un proceso inverso a
la homologación; se refieren al hecho de que personas que tienen las mismas
identidades culturales tiendan a identificarse en comunidades cada vez más
restringidas. Los particularismos extremos producen en algunos casos grupos
cerrados y altamente diferenciados. Esta doble tensión entre universalismo y
particularismo provoca que cada sujeto social se identifique simultáneamente
con distintos ámbitos de carácter político, religioso o social. Y es en esta
perspectiva pluralista donde se establece un tipo de relación entre los
conceptos generales de ciudadanía y de identidad cultural de las minorías.
Historia, teoría
y crítica
Multiculturalismo y mutuo
reconocimiento
El intento por equilibrar la integridad de las
culturas mayoritarias con la integridad de las culturas minoritarias es
representado por el multiculturalismo. Pero hablar de multiculturalismo en estos momentos significa referirse a muchas cosas diversas entre sí.
En esta perspectiva, el reconocimiento del pluralismo —interpretación a la que
generalmente se le asocia— representa sólo una de las posibles lecturas del multiculturalismo. Otras interpretaciones se
refieren al problema del multiculturalismo en cuanto teoría política basada en el valor de la diferencia en lugar
del valor de la igualdad. De acuerdo con tal interpretación, los conceptos multiculturalismo y ciudadanía se encuentran
estrechamente relacionados en la medida en que esta última se presenta como un
"paquete de derechos” que deben ejercerse y que corresponden, en términos
de equidad, a los miembros de una sociedad sin importar sus filiaciones
sociales, culturales o políticas específicas.
Cualquiera que sea
la referencia de fondo que se tenga cuando se habla de
multiculturalismo, es un hecho que con este concepto se
pretende ilustrar una interacción entre identidades particulares de tipo
cultural, que identifican a cada sujeto y que implican un componente político cuando se plantea la
necesidad de un "mutuo reconocimiento”. De aquí la propuesta de John Rawls acerca de una cooperación fundada en el
consenso, que a final de cuentas es la única cooperación posible en la
democracia. En la perspectiva de la construcción democrática, la relación
multiculturalismo-ciu- dadanía se orienta a la búsqueda de la democracia de las
oportunidades; es decir, de una solución que permita combinar las oportunidades
económicas con la integración social y la participación política.
Para decirlo con
las palabras de Ralf Dahrendorf, se trata de "cuadrar el círculo”. En la
actualidad, la política debe entenderse como la capacidad para gobernar el
conflicto. La sociedad democrática es por excelencia una sociedad fundada en el
conflicto y, por lo tanto, la política se orienta a la búsqueda de estrategias
para encontrar modalidades de relación entre mayorías y minorías que permitan
preservar tanto las diferencias políticas y culturales como el orden
institucional. La diversidad cultural se encuentra en la base de la moderna
sociedad democrática; esta lectura es la que permite suponer que, entre muchas
otras razones, el socialismo se fracturó por su incapacidad para reconocer las
identidades de los ciudadanos y de los grupos. Este sistema político particular
no sólo no pudo aplicar una "política del reconocimiento” entre los
distintos sujetos sociales, sino que terminó por excluir y discriminar a
importantes grupos minoritarios. No es casual que la tensión grupo étnico-grupo
nacional haya tenido en la ex Unión Soviética una de sus mayores expresiones.
Baste recordar la independencia de los países bálticos y la guerra en la
República de Chechenia. Después de la caída del muro de Berlín, la política ha
padecido la ausencia de grandes visiones o estrategias.
Procesar las
diferencias es una tarea para la cual la política no estaba preparada. Este
"déficit” de la política puede ser atribuido a la ausencia de soluciones
democráticas al problema de la autonomía cultural de los grupos. El
multiculturalismo plantea la necesidad de una "política del
reconocimiento” que establezca una relación entre los criterios generales de la
ciudadanía y los derechos particulares de la cultura de pertenencia. Se trata
—siguiendo a Will Kymlicka— de proponer
la alternativa de una ciudadanía multicultural. De acuerdo con este autor, el
reconocimiento del multiculturalismo en las sociedades pluralistas ha destruido
el mito de un Estado culturalmente homogéneo. En consecuencia, no se puede
negar que cada ciudadano tiene el derecho a la propia identidad cultural.
La disyuntiva
actual que se presenta a la democracia consiste en cómo conciliar los criterios
generales de la ciudadanía y los derechos particulares de las minorías. El
multiculturalismo trata de integrar el universalismo de la ciudadanía con el
mantenimiento de los rasgos y vínculos comunitarios. La importancia del
reconocimiento del multiculturalismo es que hace aparecer a la política como el
medio principal para regular el acceso a la ciudadanía en cuanto paquete de
derechos, pero no la política como poder sino más bien la política como
consenso. Así, el multiculturalismo representa también un reconocimiento en
diferentes ámbitos de los derechos de identidad de los grupos, aunque tengan un
carácter minoritario.
Es justamente a
través de la ciudadanía multicultural que los individuos pueden defender
públicamente su propia identidad. Una sociedad que busca
ampliar su democracia debe integrar a la política las diferencias de los
grupos. Dicho de otra manera, se trata de integrar con las diferencias y no a
pesar de las diferencias. Por esto, algunos de los conceptos afines a la
problemática del multiculturalismo son los relativos a la reciprocidad y la
solidaridad, no en el sentido tradicional en que han sido utilizados, sino a
través de una nueva perspectiva que implica la solidaridad en cuanto acto de
compartir responsabilidades.
En este contexto,
la reciprocidad puede ser entendida como un intercambio entre iguales, que es
justamente el principio básico de la democracia. Es posible sintetizar estas
ideas en la propuesta de Gian Enrico
Rusconi acerca de la "empresa común”, en donde el individuo establece las
bases para relacionarse con la colectividad. Esta tesis considera que tanto
gobernantes como gobernados pueden vivir dentro de una comunidad de mutua
responsabilidad.
La democracia
liberal nace con la convicción de proteger a los grupos minoritarios que se
encuentran en desventaja con el fin de garantizar su presencia en el sistema.
La democracia también debe permitirles conservar su identidad cultural
particular en contra de las intrusiones de las culturas mayoritarias. Las
tensiones que hoy afectan a la democracia se originan por un desfase entre la
forma tradicional del Estado nacional y las "comunidades-Estado” de
carácter multicultural, que caracterizan aquello que podríamos denominar el
Estado posnacional.
Líneas de investigación y debate contemporáneo
Ciudadanía liberal versus ciudadanía
pluralista
En muchos sentidos, el debate contemporáneo acerca
de la construcción democrática se ha concentrado en la disputa entre una
concepción clásica de ciudadanía de carácter liberal y una concepción
pluralista de ciudadanía de carácter multicultural. Numerosos especialistas han
idealizado una concepción de la polis en la que los ciudadanos comparten una
herencia común y forman parte de una comunidad homogénea. Tal similitud se
convierte en un elemento cohesionador entre una determinada identidad cultural
y una determinada identidad política. Es por esto que se considera que la
ciudadanía tiene una función integradora. Sin embargo, otros autores sostienen
que ésta es una visión muy restringida que deja de lado la multiplicidad de
identidades políticas, que son características de las sociedades complejas. Ocurre
con frecuencia que los ciudadanos no comparten una misma identidad, sino que
existe una pluralidad de identidades. La concepción clásica de ciudadanía no
refleja la composición heterogénea de las diferentes comunidades de nuestros
días. Por citar sólo un ejemplo, diremos que en México constatamos la
existencia de una sociedad multicultural en donde conviven 56 grupos étnicos,
además de una población esencialmente mestiza, producto histórico de la mezcla
entre diferentes culturas. Nuestras diferencias étnicas sop un hecho antiguo
que ha sufrido una serie de transformaciones muy acentuadas, sobre todo durante
los últimos años, a causa de la secularización, la urbanización y la
politización de grupos socialmente relevantes. En este
sentido, hoy se debería reconocer plenamente
que las identidades étnicas han empezado a expresarse no sólo como identidades
culturales, sino también como identidades de carácter político.
El proceso de
secularización y desarrollo de una cultura de carácter laico se ha extendido a
grandes grupos de la población. La nuestra es una cultura que está abandonando
su carácter cerrado y provincial para abrirse a la pluralidad de
manifestaciones que caracterizan a la democracia contemporánea. Esto no impide
la existencia de conflictos entre las diversas identidades. La proclamación de
una determinada identidad cultural "nacional” ha puesto en marcha toda una
serie de modalidades para relacionamos culturalmente.
Estas relaciones no
siempre han sido equitativas, sino que vulneran las relaciones de paridad que
deben existir en relación con otras identidades culturales. Nos referimos en
particular a las diferentes minorías, como las mujeres, los homosexuales, los
minusválidos o los indígenas. En efecto, existen diversas formas mediante las
cuales las minorías se incorporan a las comunidades políticas, y son estas
diferencias en la forma de incorporación las que determinan la naturaleza de
los grupos minoritarios. En este contexto, la cuestión étnica resulta
fundamental para analizar dichos problemas. Refiriéndose a las diferencias que
inciden en el tipo de relaciones que los grupos minoritarios establecen con el
resto de la sociedad de la cual forman parte, Will Kym- licka ha señalado que
dentro del proceso histórico es posible identificar numerosas comunidades
políticas organizadas con base en relaciones de tipo multiétnico. Estas
diversas identidades deben encontrar mecanismos institucionales que les
garanticen su "supervivencia" en la actual civilización
multicultural, estableciendo los principios de su diferencia y su disposición a
la coexistencia pacífica.
En estos momentos
resulta oportuno cuestionar el viejo esquema de culturas subordinadas. La
asimilación niega las diferencias entre identidades y esto ha dañado la imagen
de una democracia pluralista orientada a conjugar el ejercicio efectivo de la
ciudadanía con las diferentes identidades de las que son portadores los sujetos
sociales. A este propósito debemos preguntamos si nuestra cultura política es
capaz de procesar las diferencias. Los conflictos entre identidades representan
actualmente un problema que debemos afrontar no sólo para rescatar los posibles
rasgos comunes, sino para "procesar el conflicto cultural” preservando los
derechos y resaltando las particularidades de cada minoría. El desafío político
más importante, en consecuencia, consiste en conjugar las diferencias
regionales con los criterios generales de la ciudadanía o, dicho de otra forma,
en combinar las identidades particulares con una identidad colectiva más
general, y es aquí donde aparece la necesidad de una nueva concepción de la
ciudadanía que incorpore las diferencias. Tal solución la brinda una concepción
pluralista de la ciudadanía. Terminemos recordando las palabras de Charles
Taylor, para quien la identidad humana se crea dialógicamente en respuesta a
nuestras relaciones con los demás. En este sentido, una sociedad que reconozca
la identidad individual será una sociedad deliberadora y democrática porque la
identidad individual se constituye por el diálogo colectivo.
Repensar el
concepto de multiculturalismo nos permite imaginar un nuevo enfoque para
entender la pluralídad de manifestaciones que tiene la
cultura y la política en nuestros días, y para proponer ya no una concepción clásica de ciudadanía sino otra de carácter
multicultural.
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