Isidro H. Cisneros
Definición
La relación que existe entre conflicto y
política es muy antigua, y casi todas las sociedades pueden ser caracterizadas
por la manera como la han procesado. Cuando hablamos de conflicto la referencia
inmediata es a una contradicción, oposición o lucha de principios,
proposiciones o actitudes que naturalmente existen en las colectividades
humanas. Por lo tanto, cualquier intento por estudiar las dimensiones y
modalidades del conflicto tiene que vincularse de modo fundamental con una
lucha que tiene por objetivo defender o afirmar bienes materiales o espirituales,
condiciones de estatus o de poder, así como establecer, limitar o expandir los
derechos a favor de personas diversas cuyo ejercicio es recíprocamente
incompatible. El conflicto también hace referencia a un contraste y a un
desencuentro que puede ser tanto de gustos e intereses como de ideas y
opiniones. En relación con los ámbitos en los que el conflicto se desarrolla,
encontramos que puede existir entre entidades estatales, económicas, políticas
o ideológicas, de la misma forma en que los sujetos sociales pueden tener
conflictos dentro de sí mismos, pero también en relación con los demás.
En el ámbito de la
política, el conflicto se distingue por sus diferentes intensidades y por los
antagonismos que genera. El hecho de que las formas de gobierno y las
instituciones políticas no sean dictadas por una tradición inmutable sino que,
por el contrario, se encuentren abiertas al cambio hace que el conflicto
represente un componente de la vida asociada. En este sentido, es posible
identificar en el conflicto y en su opuesto, el consenso, los dos tipos
fundamentales de interacción entre sujetos sociales, individuales o colectivos,
caracterizados por la divergencia o convergencia de los objetivos de cada una
de las partes. Por lo tanto, el conflicto es sólo una de las posibles formas de
interacción entre individuos, grupos y organizaciones del más diverso signo. La
otra forma de interacción se encuentra representada por la cooperación. Dicho
de otra forma, en las sociedades contemporáneas el comportamiento de los actores
se enfrenta a una disyuntiva: o la lógica del conflicto y la coacción, o la
lógica de la cooperación y el consenso.
En política, los
diferentes tipos de conflicto pueden distinguirse entre sí con base en su
dimensión (número de participantes), intensidad (grado de involucra- miento de
los participantes) y objetivos (aspiraciones normativas o cálculos políticos).
Por ejemplo, dada la naturaleza profundamente religiosa y política del
fundamentalísimo, el conflicto que genera es de carácter extremista y se
plantea como irresoluble.
Historia,
teoría y crítica
Algunas corrientes de pensamiento político
sostienen que el conflicto es parte inherente de la vida asociada, y de esta
manera es como explican el nexo entre conflicto, política y poder. Tal concepción
se sostiene en un supuesto antropológico según el cual el hombre originalmente vive en un estado de naturaleza
presocial en donde "el hombre es el enemigo del hombre”. Ésta es la típica
concepción conflictualística de la política (homo homini lupus). Sin embargo,
en la teoría política también encontramos otras inteipretaciones según las
cuales los conflictos pueden ser dominados en una perspectiva ordenada y
civilizatoria. Esta última es representativa de la concepción consensual de la
política (homo homini socius). Esta interpretación se encuentra en la base del
"conflicto moderado”, el cual es un típico conflicto democrático. En otras
palabras, el conflicto institucionalizado será consenso, ya que el conflicto no
institucionalizado tiende a expandirse hacia una gran variedad de arenas
políticas, económicas y territoriales, diferenciando guerra y coerción,
competencia y cooperación, organización y relaciones sociales. Esto hace
necesario considerar los términos de la confrontación típica de la política no
en una lógica de antagonismos sino de coexistencia cooperativa y pacífica.
Analizar los problemas que plantea el conflicto en nuestros días tiene sentido
a la luz de una breve revisión de la teoría política que permita suponer la
existencia de una posición equilibrada tendiente a reconstruir la carga
normativa de la idea democrática.
Las dos tradiciones
del pensamiento político a propósito del conflicto están representadas, de un
lado, por Thomas Hobbes y los teóricos de los regímenes absolutistas y, del
otro, por Emmanuel Kant y más tarde por los teóricos de la sociedad abierta. La
visión pesimista de Hobbes es esencialmente negativa, en la medida en que su
concepción del "hombre como lobo del hombre” se relaciona con la
naturaleza de la sociedad y la perennidad del conflicto. Para Hobbes, la
política representa pura y simplemente la “gramática de la obediencia". En
efecto, los hombres renuncian a su soberanía para establecer un pacto político
inderogable e intransferible como única vía para solucionar el conflicto que
existe entre los hombres. Para esta corriente de pensamiento, el conflicto es
un antivalor y un factor de peligrosa e inaceptable disgregación del tejido
social. La concepción conflictualística de la política resalta la imposible
eliminación de la hostilidad entre los hombres. Sin embargo, encontramos ya
algunas décadas previas como antecedentes de la concepción hobbesiana del
conflicto y la política en el gran florentino Nicolás Maquiavelo, quien expresa
con claridad la consideración de que la conflictividad extrema —representada en
este caso por la guerra— es la esencia misma de la política. En los Discursos
sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo hace el elogio de los
conflictos entre los patricios y los plebeyos, mismos que no debilitaron sino
que incluso reforzaron a la república romana en el siglo ix de nuestra era. El
conflicto, entonces, aparece como una síntesis entre política y poder
representando no un objetivo o una meta, sino el presupuesto que forma parte de
la posibilidad real de eliminar al adversario. Así, Maquiavelo establece la
distinción entre el buen tirano y el mal tirano, en donde el primero es aquel
que logra mantenerse en el poder prescindiendo de los medios empleados para
ello, mientras que el segundo está representado por aquel príncipe incapaz de
mantener su poder político.
La concepción
conflictualista de la política predominó a lo largo del siglo xvi cuando en la
filosofía política se propagó la tesis de que las relaciones humanas estaban
basadas en una actitud de miedo y desconfianza. Otros autores que comparten
esta línea de pensamiento estarían representados por G. F. Hegel y Carlos Marx.
Para Hegel, el conflicto representa un elemento intrínsecamente creativo de la
vida espiritual y social, pero cuyos límites son impuestos por el Estado. Por
su parte, el marxismo, como veremos más adelante, privilegia esta concepción
del conflicto cuando propone una lectura de la historia como lucha de clases.
Las concepciones que establecen el paso de 'adversarios’' a "enemigos"
por parte de individuos, grupos o clases sociales generalmente se encuentran
como justificación de los regímenes no democráticos.
Dentro de las
concepciones conflictualísticas de la política no podía faltar Cari Schmitt,
teórico del denominado “decisionismo". En su Teología política, Cari
Schmitt afirma que "soberano es quien decide sobre el Estado de
excepción”, presentándonos un lado oscuro de la política en donde prevalece la
fuerza sobre el consenso y en donde el origen de la política se encuentra en el
conflicto, el cual es parangonado con una catástrofe. En efecto, en la famosa
distinción que Schmitt formula entre "amigo” y "enemigo” se ha
querido ver una reducción de la política a una lucha real que se manifiesta
entre fuerzas contrapuestas. Dentro de esta concepción, la guerra y la política
expresan el carácter originario del antagonismo entre los hombres. Schmitt
supone que la distinción históricamente existente entre amigo y enemigo debe
valer como principio natural del hombre. La concepción conflictualística
muestra una idea oscura y pesimista del hombre y de su lado fanático, con su
sed de poder y, por lo tanto, con su tendencia natural a la lucha de todos
contra todos: "A un nivel más profundo, el proceso político sirve para
construir y en algún modo para 'inventar' al enemigo, orientando la competencia
en una dirección en lugar de otra. Sirve para eliminar lo abstracto del
conflicto y para dar un rostro concreto al enemigo”. Dicha concepción se basa
en la idea de que para alcanzar un determinado orden dentro de la sociedad y
seguridad hacia el exterior es necesario que la política se entienda como
sinónimo de poder; es decir, como monopolio de la coerción incondicional. Esta
concepción supone una relación subordinada entre mando y obediencia y en donde
el poder es considerado soberano y absoluto. En esta perspectiva, todo es
política, incluso los pequeños espacios del individuo, los que aún gozando de
una cierta autonomía se pueden convertir en un espacio para la manifestación de
lo político.
Por el contrario,
Emmanuel Kant propone una concepción cosmopolita del individuo en donde se
resalta un aspecto positivo del conflicto social y político, que se espera
pueda llegar a ser "domesticado” a través de un poder soberano fundado en
la ética. En este sentido, Kant concibe la "fecundidad del antagonismo”;
es decir, un antagonismo entre los individuos que representa el medio propulsor
de la naturaleza al tiempo que se encuentra en el origen del desarrollo civil.
De acuerdo con Kant, el hombre se caracteriza por su "insóciable socialidad”, ya que los hombres manifiestan una fuerte inclinación para unirse en
sociedad al mismo tiempo que presentan continuamente una fuerte tendencia para
disociarse. En efecto, las características y
egoísmos de los individuos y la resistencia de cada uno contra todos
evidencian, según Kant, una calidad antisocial. Sin embargo, el contraste y la
lucha representan la fuerza propulsora de la civilización y del progreso. Para
tal fin, es necesaria una coexistencia que discipline el conflicto sin anular
el natural antagonismo. Kant considera que la noción de derecho se encuentra
estrechamente vinculada con la noción de coacción y conflicto: "por lo
tanto, la coacción es un concepto antitético a la libertad, pero en cuanto surge
como remedio a una precedente ausencia de libertad [...] aun siendo antitética
a la libertad, la coacción es necesaria para la conservación de la libertad”.
De aquí que el paso que Kant propone para preservar la libertad esté
representado por la construcción de la ciudadanía cosmopolita. Si una sociedad
política no comparte una misma norma para la solución de los conflictos,
entrará en pugna en cada conflicto generando las condiciones para una guerra
civil. De la misma manera, es posible establecer un nexo entre estas
concepciones y las tesis de Madison, quien en El Federalista subraya el hecho
de que no es posible un dinamismo social y político sin el conflicto. En este
sentido, el conflicto cooperativo representa una contienda en la que la
hostilidad está limitada por la existencia de objetivos comunes deseados
mutuamente por los participantes.
En la época
contemporánea, Karl Popper ha sido otro autor importante para el análisis del
conflicto, sobre todo por sus reflexiones en tomo a la pregunta acerca de quién
debe gobernar. De acuerdo con este autor, cuando se formula una pregunta de
este tipo no se pueden evitar respuestas como las siguientes: los mejores, los
más sabios, el gobernante nato, la voluntad general, el pueblo, etc. Pero el
mismo Popper nos recuerda que una respuesta de este tipo, por más convincente
que pueda aparecer a primera vista, es absolutamente estéril, ya que supone
aquello que en teoría y sobre todo en la práctica es casi siempre falso, es
decir, que los políticos en general son buenos, sabios y competentes. Por lo
que a la pregunta acerca de quién debe gobernar, Popper antepone un nuevo
interrogante relacionado con el conflicto: ¿cómo se pueden organizar las
instituciones de modo que impidan que los políticos incompetentes hagan más
daño que aquel que es inevitable? En otros términos, el problema clave para
definir una política democrática no es sólo el relativo a los sujetos de la
ciudadanía sino el concerniente al control institucional de la lucha política y
de los contrapesos del poder absoluto de los gobernantes, el cual es causa de
muchos conflictos. Por lo tanto, los conflictos que no atacan el consenso
básico de la comunidad política y que se desamollan apoyándose en la misma
tienen mayores probabilidades de contribuir a una integración más estrecha de
la sociedad.
Otro autor que
comparte esta concepción del conflicto moderado es Ralf Dahrendorf, quien
contrapone las sociedades libres, las cuales se fundamentan en las relaciones
entre libertad y conflicto, a las sociedades totalitarias, que niegan el valor
del conflicto en cuanto lo consideran elemento de intolerable desorden; en esta
perspectiva, tales regímenes organizan un sistema represivo para imponer su
propio orden. Por definición, la exclusión genera conflicto en la medida en que
discrimina. Este problema plantea el tema de la inclusión V la exclusión; por
tanto, "si la ciudadanía excluye, termina por dañar su propio principio, que es
universal". Dahrendorf analiza el problema de las clases sociales y su
conflicto en la sociedad industrial, con lo que inaugura su conocida pedagogía
del conflicto. Para este investigador, el ciudadano representa un nuevo actor
alternativo a la clase social y, en tal perspectiva, sostiene que el único
camino posible para la supresión del conflicto de clases en la sociedad
industrial moderna es la democracia.
Líneas de
investigación y debate contemporáneo
Sobre la base de estas dos grandes visiones
clásicas dentro de las ciencias sociales se ha mantenido una discusión acerca
de la naturaleza política del hombre y de su relación con otros hombres. Así,
encontramos en la sociología diferentes perspectivas de análisis acerca del
conflicto. Una de ellas ha sido denominada "organicis- ta” y se propone
integrar todos los elementos privilegiando el momento de la cohesión. Otra
concepción es aquella que privilegia el momento del antagonismo. Entre las
corrientes más significativas que representan estas posiciones encontramos de
nueva cuenta al marxismo, pero esta vez en contraposición al positivismo (Augusto
Comte), al darwinismo social (Herbert Spen- cer), a la teoría elitista
(Vilfredo Pareto) y al funcionalismo (Talcott Parsons y Robert Merton).
Estas corrientes de
pensamiento poseen fuertes diferencias entre sí. Por ejemplo, dentro de la
teoría funcio- nalista la preocupación dominante ha sido la del orden y la
cohesión social, presentando un sistema capaz de prever y absorber los cambios
y transformarlos en estabilidad. Por su parte, dentro de la teoría marxista es
dominante el tema de la ruptura del orden. Aunque esta concepción plantea la
necesidad de transitar de una forma de producción a otra, debemos destacar que
el marxismo no postula una conflictividad perenne, ya que el final del
conflicto aparece representado por una sociedad sin clases. En la sociedad
comunista el conflicto estaba llamado a desaparecer en la medida en que también
desaparecían las motivaciones sociales y políticas que están en su origen.
Tales interpretaciones dan un determinado valor al conflicto, al tiempo que
proponen distintas formas para resolverlo: el funcionalismo a través del orden
y la cohesión, el positivismo a través de la "sociocracia", el
darwinismo social a través de la "selección natural" y el marxismo a
través de la lucha entre clases. Entre el grupo de autores que contribuyeron al
desarrollo de esta concepción también encontramos a Emilio Durkheim y a Max
Weber. En efecto, en la teoría sociológica estos autores ocupan un lugar
importante. Por un lado, Durkheim sostiene un concepto de solidaridad que es
compatible con la perspectiva consensual de la política. Durkheim distingue en
su obra De la división del trabajo social dos tipos de sociedades: las
sociedades de "solidaridad mecánica", en las que tienen poca
importancia las diferenciaciones individuales y que basan su cohesión interna
en las fuerzas de la conciencia colectiva, y las sociedades de
"solidaridad orgánica", en las que la división del trabajo constituye
a los hombres en individualidades diferenciadas que cumplen tareas específicas.
La cohesión social interna es resultado de la complementariedad de las
funciones y de un nuevo tipo de valores en torno al concepto de persona humana. Por su parte, el gran
sociólogo alemán Max Weber formula una interpretación sugerente sobre los
conflictos en la sociedad capitalista. Este autor sostiene que “el conflicto no
puede ser excluido de la vida social [...] la paz sólo es un cambio en la forma
del conflicto, en los antagonistas, en los objetos del conflicto o, en último
término, en las oportunidades de selección”. Weber rechaza firmemente la noción
según la cual el análisis del conflicto podría ser reducido al análisis de las
clases. Al respecto, afirma que "las clases constituyen sólo un aspecto de
la distribución y de la lucha por el poder. Los estamentos [un concepto
importante en la teoría de Weber], los partidos políticos y los Estados-nación
son elementos igual o más importantes". También la sociología considera al
conflicto como parte inherente de cualquier proceso social. De esta manera, el
conflicto aparece como el núcleo creador y factor estructural de la sociedad.
Como se puede observar, la concepción del conflicto se ha modificado de acuerdo
con las disputas, las circunstancias históricas o los desarrollos teóricos del
momento.
A finales del siglo
xx observamos que las teorías políticas del conflicto resultan insuficientes
para explicar la nueva situación que se creó con el fin del sistema bipolar de
la política. Algunos autores hablan incluso del "final" de la
política. Recordemos que, por lo general, una crisis política es la expresión
de un conflicto cuyas características se relacionan con el problema del poder.
La crisis del socialismo se explica en parte porque en las diferentes esferas
de la vida social no existían mecanismos institucionales para regular (que no
reprimir) el conflicto. El Estado fue incapaz de encauzar el antagonismo entre
los distintos grupos, con la consecuencia de que el pluralismo social se
convirtió en pluralismo político. La disputa entre la necesidad de una mayor
libertad y la rigidez del orden establecido colocó al conflicto en un ámbito de
alternativas contrapuestas e irreconciliables. Hoy, el problema de la política
no está representado por la cancelación completa, irreversible y definitiva del
conflicto; sino que, más bien, el problema auténtico de la política estriba en
cómo afrontar y tratar los conflictos, suponiendo que la conflictividad no se
puede eliminar de la dimensión pública. Dicho de otra forma, el conflicto sólo
puede ser "regulado" cuando encuentra un cauce institucional. Por lo
tanto, la democracia aparece como la única forma de gobierno a través de la
cual es posible imaginar un conflicto racional y moderado, asignando a la
política la tarea de construir democráticamente una sociedad heterogénea. En
efecto, el régimen democrático permite formas de "cohabitación compleja”
de carácter pacífico entre las más diversas identidades políticas. La
cohabitación política es una expresión de la pluralidad existente. El conflicto
generado por las "diferencias” es el principal desafío al que se
enfrentará la democracia en el próximo siglo. Por ello, debemos preguntamos
acerca del tipo de conflicto que es posible en las democracias complejas y
heterogéneas como las actuales, en donde los antagonismos ya no son entre
clases y en donde la confrontación aparece más bien entre las diferentes
identidades políticas que existen en el espacio público.
En consecuencia,
resulta necesario considerar una perspectiva de la política en donde el
conflicto y la moderación coexistan a través del respeto de las reglas del
juego. En efecto, el conflicto en la democracia debe someterse al método de la competencia
institucional, en donde se lleva a cabo la discusión y la solución concertada
de las diferencias entre los sujetos considerados iguales. Los antagonistas no
son más los "enemigos” del pasado, sino sólo adversarios con quienes se
puede convivir de manera tolerante. Se trata de combinar e integrar al mismo
tiempo las contraposiciones, buscando coincidencias entre las posiciones y
resaltando lo que unifica por encima de lo que divide. La relación política
asegura cierta unidad social de los grupos y la colectividad; sin embargo ésta
no debe ser obtenida mediante la exclusión de los contrincantes.
En este sentido, la
concepción moderada del conflicto propugna por la primacía de la política, en
donde ésta representa sólo uno de los ámbitos de acción del ser humano,
reconociendo también la existencia de otras esferas, como la economía, la
moral, la ciencia y la cultura. El conflicto debe colocarse dentro de los
límites de un orden democrático, evitando los términos irresolubles. De un
lado, el conflicto, por decirlo así, puede civilizarse ayudando a integrar a
los individuos y a los grupos con sus diferencias; mientras que del otro, el
conflicto representa una activación de las relaciones humanas, y es compatible
con la solidaridad. La meta principal de las sociedades libres no consiste en
eliminar el conflicto, sino en reglamentarlo racionalmente con la ayuda de los
principios del derecho y las instituciones. Éstas deben crear los mecanismos
formales de solución de los conflictos con el objetivo de estabilizar el
sistema social y equilibrar los intereses contrapuestos. De ahí la necesidad de
contar con pactos y compromisos basados en consensos racionales, inspirados en
los valores de la sociedad democrática. Cuando estos valores universales son
objete de conflicto, se pone en cuestión el consenso y la legitimidad misma de
su reglamentación formal.
En una democracia,
la hostilidad que provocan las tendencias opuestas debe adoptar un carácter
moderado, estableciendo las condiciones para la aplicación de soluciones
equitativas. De hecho, la política democrática se coloca en una perspectiva
integrativa y agregativa. De la misma manera como no podemos negar que el
conflicto es un elemento constitutivo de las sociedades pluralistas, también
debemos reconocer que la cohabitación compleja no elimina las contradicciones y
los conflictos; pero, a diferencia de otras formas institucionales, brinda la
posibilidad de que las controversias puedan ser superadas en modo concertado.
El establecimiento de acuerdos no es una tarea fácil en la medida en que la
competencia por el poder provoca necesariamente una disputa política. La
búsqueda de "puntos de encuentro” representa un método para encauzar el
conflicto, ayudando a resolver las tensiones de aquellos gobiernos que
cohabitan de manera difícil. Procesar el conflicto de manera democrática
permitirá construir un nuevo tipo de consenso basado en la persuasión, la moderación
y la prudencia, elementos escasos en nuestra realidad mexicana, pero que mucho
ayudarían a resolver las distintas controversias de carácter político.
Necesitamos construir una democracia que permita que el conflicto sea resuelto
a través de la equidad en los procedimientos y para que cada ciudadano tenga la
posibilidad de expresar sus diferencias sin que por ello sea excluido o
estigmatizado.
En conclusión, hoy,
la política del conflicto debe ser resuelta en la perspectiva del interés
democrático. La política del futuro no está en la elección de una de las dos
vías, sino en una mediación que de ninguna manera elimina el conflicto sino que
lo hace dar un paso adelante. En tal situación, resulta necesario construir una
nueva alianza entre el liberalismo constitucional y la reforma social. Debemos
precisar que si bien resulta difícil dicha mediación, al mismo tiempo es
indispensable para la creación de una sociedad civil mundial. En la medida en
que la mediación prevalezca, el conflicto irá siendo regulado por las
instituciones haciéndolo socialmente útil. En este sentido, la política de la
libertad puede transformarse en la política de la convivencia en el conflicto.
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