CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA, Moisés López Rosas

Moisés López Rosas

Definición

En la vasta literatura sobre la cuestión democrática se pueden reconocer al menos tres grandes perspectivas teóricas que atraviesan el debate contemporáneo: a) el elitismo competitivo y pluralista (Dahl, 1991); b) la radicalización democrática (Mouffe, 1996), y c) la complejidad de la democracia (Luhmann, 1993). En las últimas tres décadas, la primera perspectiva ha sido hegemó- nica en los estudios teóricos, comparativos y empíricos. De acuerdo con este enfoque, la teoría empírica de la democracia parte del concepto procedimental de poliarquía (Dahl, 1971) para medir los grados de democra- ticidad de un régimen político. Empero, hoy por hoy, ya no es suficiente medir qué tan democrático es un régimen; se requiere, además, garantizar la sobrevivencia de la democracia a la que se accedió, es decir, dar paso al proceso de consolidación democrática.

La noción de consolidación democrática es de fecha reciente. Fue en el contexto de la "tercera ola” de expansión global de la democracia (Huntington, 1994) cuando comenzó a emplearse como categoría analítica. El concepto, si es que puede hablarse de tal, está colmado de múltiples imprecisiones. Es impreciso porque no está claro en qué momento del cambio político da inicio el proceso de consolidación. Algunos autores señalan que comienza después de la instauración democrática (Morlino, 1985); otros advierten que implica una "segunda transición” (O'Donnell, 1988); algunos más lo han malinteipretado como un continuum inherentemente teleológico (Gunther, Diamondouros y Puhle, 1995). En fin, todavía no hay consenso en el léxico político sobre su significado concreto. En sentido amplio, la consolidación democrática designa el proceso mediante el cual las instituciones democráticas pueden sobrevivir en el tiempo y en el espacio en un contexto político y económico determinado. En sentido restringido, demanda la construcción de instituciones fuertes y democráticas, la expansión de la legitimidad del régimen y la responsatilidad de los actores políticos involucrados en el proceso democrático. En esta dirección, podemos explorar dos rutas conceptuales: la primera es el proceso mediante el cual el régimen democrático alcanza una amplia y profunda legitimación, de tal manera que todos los actores políticos importantes, tanto de la élite como de la masa, crean que éste es mejor para su sociedad que cualquier otra alternativa realista que puedan imag'nar (Diamond, 1996), y la segunda es el abigarrado proceso de adaptación-congelamiento de estructuras y normas democráticas capaces de permitir la persistencia en el tiempo del régimen democrático, o de permitir su estabilización en todos los aspectos esenciales durante algunos años (Morlino, 1986; 1992).

En síntesis, por consolidación democrática podemos entender, siguiendo a Przeworski (1991), un sistema concreto de instituciones que, bajo condiciones políticas y económicas dadas, se convierte en el único concebible y nadie se plantea la posibilidad de actuar al margen de ellas; por lo tanto, los perdedores sólo quieren volver a probar suerte en el marco de las mismas instituciones en cuyo contexto acaban de perder. Asimismo, se afirma que la democracia está consolidada cuando se impone por sí sola; esto es, cuando todas las fuerzas políticas significativas consideran preferible continuar supeditando sus intereses y valores a los resultados inciertos de la interacción de las instituciones.

Historia, teoría y crítica

El estudio sobre los procesos de cambio político ha tomado diferentes derroteros. Desde la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974, fecha que marca el comienzo de la "tercera ola” de expansión global de la democracia, se experimentó un espectacular salto cuantitativo: de un 24% de países democráticos en el mundo en aquel año, se pasó a un 46% en 1990. Es decir, de 39 democracias instauradas aumentó a 76 poliarquías establecidas. Posteriormente, la euforia generada en 1989 por el aparente triunfo ideológico de la democracia liberal ante el derrumbe del socialismo real provocó que los procesos de transición hacia la democracia se aceleraran y expandieran a lo largo y ancho del orbe. De 76 democracias en 1990 se pasó a 117 en 1995, las cuales, por lo menos, reunían los requisitos de la democracia electoral; es decir, competencia electoral y elecciones multipartidistas genuinamente competitivas (Diamond, 1996).

La vía de la transición para acceder al proceso de democratización fue, y ha sido, la divisa legitimadora de la política en los últimos años. El camino idóneo fue transitar de regímenes no democráticos (autoritarios o totalitarios) hacia regímenes democráticos, con todos los adjetivos que se le puedan poner a la democracia —Collier y Levitsky encontraron más de 550 adjetivos que han acompañado al concepto en la investigación comparativa (Schedler, 1998)—, sin perder de vista, claro está, que las transiciones pueden ser regresiones.

Sin embargo, en la actualidad esta fiebre democrati- zadora empieza a tomar un nuevo rumbo. La cuestión está centrada ya no sólo en la transición per se, sino en el proceso de consolidar la democracia que se conquistó. La consolidación democrática enfrenta múltiples desafíos. Es, sin duda, la etapa más crítica de la construcción del edificio democrático. Algunos han llamado a este proceso "democracia sustentable” (Przeworski, 1995), concepto con el cual quieren designar la persistencia o sobrevivencia de las instituciones democráticas al enfrentarse a conflictos políticos y económicos constantes, proceso que tiende a institucionalizar la incertidumbre y propiciar el acatamiento de los resultados por parte de los perdedores. Otros plantean la hipótesis de una "segunda transición” (O'Donnell, 1988), la cual se experimenta desde un gobierno democrático instaurado y consiste en el funcionamiento efectivo de un régimen democrático, sin eludir, claro está, dos riesgos latentes de regresión autoritaria a los que constantemente se enfrenta una poliarquía en proceso de consolidación: la "muerte súbita” (el golpe de Estado) y la “muerte lenta" (la erosión política). La “segunda transición” estaría abortada por cualquiera de los dos medios.

En un plano de investigación teórica, diversos académicos han intentado elevar el tema de la consolidación a rango de seudocampo, llamado vagamente "consolidclogía”: una especie de rama de otro campo impreciso de la ciencia política: la "transitoíogía” (Schmitter y Karl, 1994). Ambos términos, por cierto, intentan decir mucho pero en realidad dicen poco. Pertenecen más a momentos de euforia intelectual que a innovaciones científicas de la disciplina. Ello puso de manifiesto un problema de fondo de la ciencia política: la inexistencia de un vocabulario común sólidamente estructurado y mínimamente aceptado, que dé cuerpo al estudio de la política muy al margen de modas académicas que confunden y complican el estudio del fenómeno político.

En contraste con estos enfoques, la consolidación democrática puede, y debe, ser vista como un fenómeno perteneciente a un campo más amplio y general de la ciencia política: el de los cambios políticos en la sociedad contemporánea. Este fenómeno presenta múltiples y diversas aristas en su análisis. Así, por ejemplo, una apretada lista de problemas de la consolidación democrática (mismos que pueden fungir como condiciones para su cumplimiento) debe advertir temáticas tan divergentes como la erosión de la legitimidad popular, la difusión de los valores democráticos, la neutralización de los actores antisistema, la supremacía civil sobre la militar, la eliminación de los enclaves autoritarios, la construcción de partidos fuertes, la organización de los intereses funcionales, la estabilización de las reglas electorales, los procesos rutinarios de la política, la descentralización del poder estatal, la introducción de mecanismos de democracia directa, la reforma judicial, el combate a la pobreza y la estabilización económica (Schedler, 1998). Éstos son sólo algunos botones de muestra de los muchos problemas que la política democrática tiene que intentar resolver.

En años recientes, los trabajos sobre consolidación democrática han sido muy elocuentes en la disciplina. Aunque el tema fue abordado con anterioridad, principalmente a finales de los años setenta y principios de los ochenta, con los trabajos de Linz (1987) y Blondel y Suárez (1981) sobre factores de quiebra de la democracia y de la fortaleza o debilidad de las instituciones políticas respectivamente, el interés se incrementó a mediados y finales de la década de los ochenta y a lo largo de los noventa. Del 16 al 17 de diciembre de 1985, O'Donnell y Nun organizaron un grupo de trabajo en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, que elaboró la radiografía más completa hasta entonces sobre la consolidación democrática en el subcontinente americano. Durante el evento, intitulado "Oportunidades y Dilemas de la Consolidación Democrática en América Latina”, se analizaron los alcances y límites de los procesos de democratización en Latinoamérica. Las discusiones de aquellos días fueron fehacientemente registradas y sintetizadas por Mainwaring (1986). En el encuentro se presentó la problemática inherente a la conceptual iza- ción del término consolidación democrática; los modelos analíticos para su estudio; las posibilidades, problemas y constreñimientos en la consolidación; las perspectivas de consolidación en cinco países de la región (Peni, República Dominicana, Uruguay, Brasil y Argentina), y las temáticas pendientes.

Casi al mismo tiempo, pero en Europa, Morí i no (1985, 1986) reflexionó, inspirado en las transiciones a la democracia de mediados de los años setenta en Europa del sur, sobre un modelo de consolidación democrática para aquella región. En particular, presentó una propuesta teórica sobre el cambio político a partir de las crisis políticas como fase de inicio de la transición, dando paso a una secuencia que incluyó momentos de crisis, reconsolidación, hundimiento, transición continua, persistencia estable e inestable, transición discontinua, instauración y consolidación. Su tesis básica fue que todo régimen político fundacional se caracteriza porque los actores políticos imponen sus preferencias (coalición dominante).

A principios de los años noventa, una línea de investigación que destacó fue la que analizaba la relación entre consolidación democrática e instituciones políticas concretas. En particular, sobresalieron los trabajos que analizaban el vínculo entre consolidación democrática e instituciones como el parlamento (Liebert y Cotta, 1990) y los partidos políticos (Morlino, 1992) en el sur de Europa. Además, las instituciones económicas también fueron objeto de preocupación en el horizonte democrático, aunque desde distintas perspectivas (Lindblom, 1988; Przeworski, 1991).

Para 1995 y 1996, los estudios tomaron un nuevo aliento. En el primer año, Adam Przeworski (1995) y un equipo de 21 destacados politólogos y economistas (José María Maravall, Philippe Schmitter, Alfred Stepan, Francisco Weffort, John Roemer, Barbara Stallings, entre otros) publicaron un exhaustivo estudio sobre la relación entre Estado, democracia y economía en países de Sudamérica y la Europa meridional y oriental. Los autores estudiaron las condiciones políticas, sociales y económicas bajo las cuales puede construirse una "democracia sustentable”. Una de las conclusiones más su- gerentes fue que una democracia es sustentable cuando promueve un entramado institucional normativamente aceptable y objetivos políticamente deseados, como libertad a pesar de la violencia arbitraria, seguridad material, igualdad o justicia, y cuando, en su momento, estas instituciones son expertas en el manejo de la crisis que resurge en caso de que tales objetivos no se estén cumpliendo. Se reafirmaron estas ideas un año después en la ciudad de Taipei, Taiwan, durante el coloquio “La Consolidación de las Democracias de la Tercera Ola: Tendencias y Desafíos" (Przeworski, Álvarez, Cheibub y Limongi, 1996). Przeworski reforzó sus conclusiones sobre la influencia de la economía en la consolidación democrática, advirtiendo que en un país que es lo suficientemente rico, con un ingreso per capita de más de 6 000 dólares anuales, la democracia subsistirá con seguridad, pase lo que pase. Asimismo, la democracia tiene mayores probabilidades de sobrevivir en una economía en expansión con un ingreso de menos de 1 000 dólares per capita que en un país cuyo ingreso per capita es de entre 1 000 y 4 000 dólares, pero con una economía en contracción. Y es que uno de los aspectos más importantes de la sustentabilidad democrática es el desarrollo y el crecimiento económicos. Por cierto, algunos estudiosos (los mal llamados "transitólogos”, hoy convertidos en "consolidólogos”) le concedieron poca importancia a este aspecto, pues concentraron sus preocupaciones en el análisis de las instituciones electorales que garantizaran los mínimos requisitos que señala Dahl (1971) para la constitución de la poliarquía con miras a establecer la democracia electoral.

A fines de 1995 y durante 1996, los estudios sobre la durabilidad de la democracia ya se habían ampliado (Gunther, Diamondouros y Puhle, 1995; Huntington, 1996; Linz y Stepan, 1996; O’Donnell, 1996a). Se presentó, incluso, una de las primeras polémicas sobre el tema entre O’Donnell y tres autores que estudiaron la consolidación democrática en la Europa meridional. En su argumentación, O’Donnell manifestó su desacuerdo con el concepto de consolidación democrática que emplearon Gunther, Diamandouros y Puhle, y les reclamó la visión noreuropea de democracia y el carácter teleológico del término consolidación que utilizan en su investigación. En su réplica, los tres autores (1996) criticaron el trabajo del destacado politólogo argentino por reducir su concepción de democracia a un discurso de corte meramente electoral.

Entre los trabajos más recientes e innovadores sobre el tema destaca el de Schedler (1998), quien proporciona nuevas claves analíticas para reflexionar sobre la noción de consolidación democrática. Su investigación se estructura básicamente alrededor de cinco dimensiones que atraviesan la problemática en cuestión: evitar la quiebra, impedir la erosión, completar, profundizar y organizar la democracia. Para el autor, el proceso de consolidación democrática está asociado a la "profundización” y a la "calidad” democráticas, retos en sí mismos complicados pero inevitables.

En toda aproximación a la historia mínima de cualquier concepto político, sea éste consolidación democrática u otro, quedan aún más interrogantes por responder que respuestas satisfactorias por celebrar. No podía ser de otra manera. Las ciencias sociales no trabajan con conceptos cerrados a la crítica histórica o teórica. Si aceptamos sin conceder que la consolidación es una ex ensión de la transición política, con toda la herencia de virtudes y defectos que ésta puede acarrear, entonces corremos el riesgo de anclar el análisis en un continuum teleológico y reduccionista, que en última instancia buscará la "consolidación pura”; este aspecto, evidentemente, no aclara el estado de la cuestión sino más bien tiende a confundirlo, dado el carácter lineal de la explicación del fenómeno. Si, por el contrario, elegimos una mirada rígida y ortodoxa en términos de separar transición y consolidación como dos procesos divorciados, el resultado puede ser desalentador, ya que el análisis será incompleto y deshilvanado.

Por ello, ambos procesos pueden, y deben, ser vistos como dimensiones complementarias de un mismo fenómeno: el cambio político. En efecto, puede haber transición sin consolidación pero no consolidación sin transición. Recordemos que en cada uno de los momentos del cambio se experimentan fuertes tensiones. Así, por ejemplo, durante el proceso de "profundización” democrática, el riesgo de regresión autoritaria está siempre presente: la erosión del entramado democrático puede conducir a la "muerte lenta” de la democracia.

Líneas de investigación y debate contemporáneo

Si, como señala O'Donnell, el desafío es "liberarnos de algunas ilusiones” para la "institucionalización" en el proceso de democratización, entonces la consolidación democrática se vuelve excesivamente complicada. La desilusión democrática no puede desembocar en un descamado realismo democrático. Éste ha sido, por cierto, el principal defecto de una buena parte de la teoría democrática contemporánea. Al descuidar o francamente abandonar planteamientos teóricos muy sugerentes sobre el presente y el futuro de la democracia, la reflexión ha cedido el paso “al realismo político conservador de Schumpeter, el cual ha ejercido una profunda influencia, mucho más de la que por lo general se admite, sobre los desarrollos del pensamiento democrático occidental en los últimos 40 años” (Zolo, 1994).

La influencia de Schumpeter, fundador de la democracia como método, atraviesa a la mayoría de los autores que investigan la cuestión democrática. Quienes estudian el proceso de consolidación democrática no son la excepción. Sin embargo, no podemos descalificar los trabajos que se han elaborado desde esta línea de reflexión. Algunos de ellos han sido muy estimulantes para alentar la discusión sobre la democracia contemporánea, dado que se han movido más allá de la problemática estrictamente política. Así, por ejemplo, Stepan y Linz (1996) señalan como requisitos mínimos indispensables para la consolidación democrática los siguientes: una sociedad civil activa e independiente; una sociedad política con suficiente autonomía; un consenso de trabajo acerca de los procedimientos gubernamentales: el constitucionalismo y el imperio de la ley; una burocracia de la que puedan hacer uso los líderes democráticos, y una sociedad económica institucionalizada.

A lo anterior, habría que sumar otros asuntos pendientes en la agenda de discusión: la institucionalización del sistema de partidos; la fortaleza del sistema constitucional de gobierno más proclive a sostener un gobierno democrático (sea presidencial, parlamentario o semipresidencial); la consolidación "constitucional” tendiente a fortalecer el Estado de derecho; la expansión de la cultura política democrática; el reconocimiento explícito de la sociedad civil; el combate a la pobreza y el desarrollo y crecimiento económicos, por mencionar sólo los temas más urgentes.

Finalmente, la consolidación, a diferencia de la transición política, no es un problema centrado exclusivamente en el régimen o sistema político, sino en el conjunto de la sociedad democrática. Esto es, estamos frente a un problema no sólo de construcción de reglas, sino, principalmente, de afirmación de valores democráticos. En última instancia, en la consolidación, la democracia liberal se juega su propio estatuto.

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